Sinopsis
La literatura inglesa del siglo XX guarda una colección de tesoros escondidos. De a poco, y azarosamente, se despejan sus sombras y sale a la luz un escritor fabuloso. Esta irrupción dispara una pregunta sin anestesia: ¿cómo puede ser que no se lo haya traducido antes? La respuesta, sea cual sea, apenas podrá disimular la injusticia de la demora. Y mejor que exponer razones y excusas parciales, quizás sea preferible celebrar el descubrimiento. En este caso, el de Robert Aickman.
Narrador ejemplar, orfebre consumado del cuento extraño, donde la realidad se percibe bajo el signo de la alteridad y el asombro, Aickman fue un sobrio excéntrico y un estilista natural, como si escribir bien fuera igual de obvio que respirar o soñar. La sutiliza de su prosa, la sorpresa nunca altisonante de su mirada son una huella en cada página. Seguramente sin querer, se definió a sí mismo en una frase de “Encuentros con el señor Millar”: “Por una cuestión de educación, estoy decidido a atenuar, a quitar énfasis, a suavizar. Soy tan hombre del siglo veinte como el que más”. Ese arte, el de mitigar el impacto para que el lector pueda ser absorbido sin estruendo por lo asombroso, es el tono y la ética de su literatura. También su signo de distinción.
Fallecido en 1981, Robert Aickman dejó una obra compacta donde es difícil elegir unos relatos para relegar otros. Con todo, La aparición, que reúne varios de sus mejores cuentos, es un ejemplo de precisión, porque una y otra vez descubrimos piezas admirables, y de diversidad, porque reflejan la variedad temática y estilística del autor, sus climas ominosos, sus obsesiones. La puerta de su mundo se abre en estas páginas. Lo único bueno de no haberlo leído antes es la felicidad que produce leerlo ahora.