Por Dalia Ber. Diario Clarín

Lee a Pola Oloixarac en “Cuentos Selectos de Irene Nemirovsky”
En Argentina el feminismo progre es elitista, al servicio del poder peronista, y no sé si en otras partes del mundo hay ese nivel de corrupción moral y fiscal tan desembozada. En la Venezuela de Maduro quizás”, sostiene ante Ñ la escritora y ensayista Pola Oloixarac, argentina residente en Barcelona, que en estos días presenta su libro Bad hombre, título que tomó de una frase empleada por Donald Trump durante su campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos: “Necesitamos fronteras fuertes. Tenemos bad hombres aquí y tenemos que sacarlos”.

En Bad hombre, una ficción sobre hechos reales, según precisa Oloixarac, incluye capítulos acerca de distintas denuncias de mujeres a hombres con quienes habían mantenido, o no, una relación amorosa, y la invitaban a ella a tomar partido. El tema cobró una actualidad apremiante en estos días, a partir de la denuncia por violencia de género y amenazas presentada contra el ex presidente Alberto Fernández, por parte de la ex primera dama, Fabiola Yañez.

En referencia a este caso, desde un sector del feminismo oficialista durante el kirchnerismo se escuchó en estos días una relativización de la consigna “Yo te creo, hermana” (con la que nunca se ponía en duda la palabra de la mujer). Dijo el martes la periodista Julia Mengolini: “Cuando nosotras decimos ‘Yo te creo hermana’, es un recurso retórico y político (…) esto no es literal”, en referencia a que se deben mostrar pruebas antes de acusar a un hombre de golpeador. Sobre esta reacción, vinculada al tema de Bad hombreÑ consultó a la escritora.

“Cuando yo le contaba a la gente que en mi libro narraba casos reales de mujeres que se declaran víctimas de violencia de género para ejecutar venganzas contra tipos que les habían roto el corazón (o por distintas agendas personales, que a veces promueven hombres contra otros hombres en nombre de la causa de las mujeres), me decían: ‘Pero, ¿vos estás loca? ¡Meterte con eso, te van a matar!’”, recuerda ahora Oloixarac.

“Bueno, las que en teoría me iban a matar eran las feministas progres que habían militado la cultura de la cancelación basada justamente en una acusación pública donde no se necesitaban pruebas, ni denuncias, donde bastaba la palabra de la víctima. Así que me interesa mucho ver cómo basta que haya un macho jerarca del peronismo al que defender, como Alberto ahora, para que el feminismo más cerril y autoritario cambie explícitamente una postura errada que nunca revisaron. Lo que dicen ahora es que a Fabiola no se le aplica el ‘yo te creo hermana’ porque ella no forma parte del grupo que conforman, como tampoco se les cree a las mujeres judías del 7 de octubre, o a las que denuncian a los peronistas abusadores. La prioridad es proteger al macho del poder, para obedecer al partido; es un feminismo machista y servil”.

“No sé si en el resto de Latinoamérica existe un grupo feminista que actúe como si el feminismo fuese una marca de lujo que sólo ellas pueden llevar, o al que tenés que ‘pertenecer’ para poder llevarla”, prosigue Oloixarac.

“A mí me gustaría que existiesen asociaciones civiles destinadas a velar por los derechos de todas las mujeres, sin importar sus preferencias políticas, su clase social o religión: feministas que no se dejen cooptar por el machismo de la política. Me gustaría que hubiera un ‘Nunca Más’ capaz de impedir que cualquier partido político se apropie de las causas nobles como los derechos humanos y la lucha contra la violencia de género, que son de todos”, remata.

“Yo siento que el libro me acosó a mí, porque estaba escribiendo otro proyecto y me empezaron a llegar estas historias”, cuenta. “Me tocó vivir una situación tan fuerte –narrada al principio, un intento de cancelación en Alemania, muy dirigido, muy expresamente hecho para hacer daño–, que me vi en la situación de ser acusada de algo completamente ridículo y de tener que generar las condiciones de la verdad del discurso, lo cual me parecía muy fuerte”.

La situación a la que se refiere es que habiendo sido invitada al Festival Internacional de Literatura de Berlín supo a través de sus editores alemanes que estaban estudiando suspender su participación en el evento porque había llegado una carta del despacho del director donde se le informaba que ella era una “voz negacionista”. La carta insinuaba que se realizarían “escraches” contra ella en el aeropuerto de Berlín y en el festival, por lo que él recomendaba que se le retirase la invitación.

Ahora reconstruye ese contexto: “Entonces pensé: ‘Dentro de todo es fácil para mí demostrar que no soy eso de lo que me acusaron’”, sigue. “Pero para otras personas en otras situaciones, o en particular, para hombres de cierta edad, si sos un hombre seductor, por ejemplo, es mucho más difícil. Entonces eso me generó una situación de escucha ante algo que me interesa: las relaciones del deseo entre los hombres y las mujeres. Me fascinan y son más que complejas, son un universo en sí mismo; así fue como empecé a encontrarme con estos hombres y con sus historias. También me fascinaban ellas: la mujer como diosa de la venganza. Una mujer con el corazón roto es un dios vengador, no la vas a parar”.

Bad hombres y feminismo

“Esta es una historia real y, como tal, debe incluir una confesión. Entre 2016 y 2018 fui contactada por distintas mujeres para que las ayudara con una tarea muy específica: querían arruinarles la vida a ciertos hombres. Las acusaciones variaban, pero eran terribles, incluso escalofriantes según el caso; el asunto era urgente, y requería actuar de forma rápida”. Así comienza Bad hombre.

–¿Qué conclusiones sacaste de estos ‘escraches’?

–Fue como una explosión epocal, que tiene que ver con la furia, con un permiso, con una sensación ontológica y también con la idea de que tenemos una nueva herramienta. Que no se sabe bien todavía adónde va: tiene la forma de la novedad y la forma de la revolución. Porque hay un punto en el que, cuando recibís una convocatoria de este tipo –sumarte al escrache de una persona, o a la cancelación de alguien– determina que seas o no una buena feminista, que seas o no una buena amiga, y es una presión con la que tenés que lidiar sola en tu casa con tu computadora, pero sigue siendo social. Porque el participar o no es algo que queda registrado. O no… Y para mí fue muy fuerte, porque como no me sumé al escrache, después tuve un castigo. Y ahí pensé ‘es muy probable que muchas se hayan sumado a escraches porque también percibieron que había un castigo’. Es el castigo de no pertenecer, traicionar la causa, no ser una buena feminista. Mercedes Funes tiene un libro muy interesante, Mala feminista (de Galerna, de 2019), donde está la misma idea, hacer las cosas bien o no. Cuando te descarrilás entrás en una especie de limbo en el que en algún sentido se juega tu pertenencia social, que te respeten y te quieran, que tu grupo de pertenencia te siga avalando. Hay tanta carga en eso que al final del día termina siendo un viaje al corazón negro del escrache. Esto que parece mover nuestro mundo contemporáneo.

–¿Pensaste sobre cuál sería la mejor forma de encarar estos temas?

–Es interesante, justamente, que hablemos. El feminismo tiene problemas y lo que tiene que hacer es mirarlos. No cerrarlos, hacer como que no pasa nada. Yo creo personalmente que la cultura de la cancelación no es un buen instrumento para el feminismo. Una de las cosas que me interesan en este libro es mirar cómo pagan muchas veces los inocentes. Los culpables quedan libres y tranquilos como Pedro Brieger. Me parece que ante esa situación en lugar de esconder los problemas tenemos que enfrentarlos y hablar de una manera honesta, como escritoras, a las mujeres y también a los hombres, porque a los hombres también les importa un montón. Lo que importa es que no nos abusen y no nos maten. Si eso es lo que queremos lograr tenemos que sincerarnos y hablar de los problemas, no desde un sesgo que busca disimularlos, no desde la perfección de la sacerdotisa dueña del feminismo.

–¿Qué aprendiste durante Bad hombre?

–Aprendí muchas cosas escribiendo Bad hombre, pero lo que más me impresionó es ver de cerca cómo funcionan ciertos mecanismos ocultos. Una cancelación se puede moderar o disipar completamente si esto es lo que decide una lideresa del colectivo feminista cancelador. Es decir que el grupo puede condenar, y también puede proteger activamente. También, que los que se benefician con las cancelaciones de hombres tienden a ser otros hombres, y no las mujeres. Que debajo de la fachada woke virtuosa, parece haber una dinámica darwinista: dejar afuera a algunos es una forma de allanar el camino de la competencia. Yo tenía que entender qué era lo que estábamos creando. Qué era esa ola, qué había ahí adentro. Y a la vez no me interesa para nada ponerme en la posición de decir ‘no, las mujeres se pasaron…’. No, justamente, quiero seguir construyendo el feminismo, pero me parece que para eso está bueno mirar qué pasa hacia adentro y entenderlo con mayor fineza. No quedarnos en que no nos equivocamos. Hay cosas para refinar todo el tiempo.